No es el flamenco un arte que entienda de barreras. No lo ha
hecho nunca a lo largo de su historia. Ni cuando El ciego de la playa se ganaba
la vida deleitando con sus coplas por las barberías y los cafés de Almería, ni
cuando La Sordita cautivaba con ese baile estremecedor. El arte les nacía tan
adentro que conquistaban el mundo cuando lo sacaban fuera. Daba igual que fuera
La Niña de los Peines que Enrique el Cojo, unos y otros, demostraron siempre
que la discapacidad fue la anécdota y que la esencia era su duende, su talento
y su persona.
Así ha sido siempre sobre las tablas y así sigue siendo por
más que el flamenco evolucione hacia formas más arriesgadas y más innovadoras
si es que cabe la innovación entre lo más puro del flamenco. “La discapacidad
en el flamenco a menudo nos sorprende gratamente con resultados inverosímiles”.sostiene el bailaor y coreógrafo sevillano, José Galán, Galán
es un precursor del arte integrado a través del flamenco, un referente en este
ámbito como lo demuestra en cada uno de sus espectáculos en los que igual
cuenta con ciegos al toque o al cante, que con bailarines con síndrome de down
o parálisis cerebral.
Para el delegado territorial de la ONCE en Andalucía,
Patricio Cárceles, el flamenco es también un poderoso instrumento de
integración en la sociedad. “En la medida en que favorezcamos la incorporación
de nuevos valores seguiremos haciendo grande el flamenco desde su vertiente más
social”, dijo. A la sombra de la Bienal de Sevilla, la ONCE organizará en
noviembre su propia Bienal, en Granada, como siempre, para dar nuevas
oportunidades a esos nuevos valores.
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